Estamos en época de vacaciones y mi hija menor, de 19 años, decidió aprovechar el tiempo para armar un servidor de Minecraft con sus amigos.
No es solo “jugar”: crea plugins propios, diseña skins, prepara mundos completos. Hace meses que viene construyendo ese universo.
En casa tenemos internet con IP móvil, lo que impide hostear un servidor propio desde una máquina local. Así que le propuse otra opción: contratar un cloud hosting, levantar un servidor virtual e instalar allí el servidor de Minecraft.
Aceptó. Y empezó otra historia.
Como ya utilizo DonWeb para el hosting de Geniateka, decidí contratar allí el Cloud server, con Ferozo (panel de control de hosting). Entramos en la consola. Para ella fue la primera vez frente a una pantalla negra con letras blancas, sin mouse, sin botones amigables, sin copiar y pegar.
Tuvo que entender qué era SSH, cómo conectarse por consola, qué significaban comandos básicos, permisos, carpetas, logs. Todo era nuevo y cada cosa llevaba muchos comandos, además de que teníamos que entender la interfase.
Durante las casi tres horas que nos llevó dejar todo operativo, varias veces quiso bajar los brazos.
En algún momento dijo -medio en serio, medio en broma-: “gracias a Dios existe Windows”.
Yo, mientras tanto, iba desempolvando saberes que tenía oxidados. Volví a pensar en servidores, permisos, configuraciones. También aprendí cosas nuevas: nunca había usado ese panel ni su lógica.
Y ahí estábamos las tres.
Mi hija menor, enfrentándose por primera vez a un entorno hostil, sin interfaz amigable.
Yo, recordando y reaprendiendo.
Y mi hija mayor, haciendo algo fundamental aunque a veces invisible: sosteniendo. Contactando amigos programadores, buscando soluciones alternativas, cocinando para que nadie se caiga de hambre (era más de medianoche). Que alguien haga la cena, en esas situaciones, no es un detalle menor.
A la una de la mañana, con cansancio acumulado y mucha satisfacción, el servidor estaba funcionando.
El mundo de Minecraft estaba arriba, con todo lo que ella había programado.
Terminamos felices. No solo por la misión cumplida, sino por todo lo que pasó en el medio:
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lo que una aprendió,
lo que otra recordó,
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lo que la tercera sostuvo,
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el trabajo colaborativo real,
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la frustración,
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la perseverancia,
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y también la ayuda externa, incluso de Ximena, el chatbot de DonWeb.
Fue una de esas situaciones que no nacen como “clase”, pero enseñan más que muchas clases.
Se necesitó Mastercard para pagar el servidor, pero todo lo demás no tiene precio.
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